En Octubre cruzamos el umbral de Samhain , introduciéndonos poco a poco en la oscuridad, bajando lentamente por ese hueco en el árbol, por ese agujero en la tierra, descendiendo hacia las raíces de un oscuro y húmedo lugar.
Una transición en la que conectamos con nuestra oscuridad, con lo profundo, con el recogimiento y la escucha.
Ese lugar en el que nos acurrucamos, hacemos revisión, y vemos pasar imágenes de lo vivido, en el que pasado y presente se entremezclan.
Lo inconcluso o pendiente retorna durante este trance para que podamos prestarle la atención necesaria, llegar al lugar donde lo habíamos enterrado y escarbando a manos desnudas encontrarlo, volver a tenerlo cara a cara. Quizás esta vez con una mirada renovada, resultado de viviencias, experiencias y trabajo personal y espiritual. Quizás la última vez que lo volvamos a ver antes de dejarlo marchar definitivamente.
Quietud, recogimiento y silencio hacen que esas voces aúllen cada vez con mayor intensidad, las escuchas? Te retuerces, te quejas, te resistes, y al final te entregas, llorando ese rio subterraneo que era demasiado intenso para ser contenido.
Tu visión se aclara, tu corazón se calma, aligerando peso y con compasión abrazas todos esos sentimientos y agradeces todas las experiencias que forman parte de tu historia, y que aunque a veces se asemejen a terroríficos monstruos, solo buscan reconocimiento, atención y hacernos ver, para perdonar y perdonarnos, para liberarnos de ataduras y caminar hacia un nuevo sol.
Yule es la noche más oscura, la noche que precede al luminoso día, el renacimiento del sol que poco a poco va ir ganándole tiempo a la oscuridad.
Hoy no voy a explicar en qué consiste la celebración de Yule ni los rituales que se comparten en internet estos días. Hoy solo voy a agradecer a la oscuridad por su compañía y la muerte que precede al renacimiento. Honrar los tan necesarios ciclos naturales, conectándome con los ancestros que me precedieron a través de celebraciones que dan la bienvenida al sol.
Recordando con cada célula de nuestro cuerpo que estamos hechos de materia estelar, vibrando al unísono con el universo.
Cantemos, celebremos y regocijémonos en lo que nos une, no en lo que nos separa, para así poder contemplar el amanecer estando presentes, sintiendo las bendiciones y amor que nos rodea.
Todavía guardo en mi corazón la noche de solsticio que pasé en Montserrat en compañía de maravillosos seres, cantando y elevando rezos. De repente tras una larga, oscura y fría noche en vela comenzamos a atisbar los primeros rayos de sol que asomaban tras las montañas…En ese momento se hizo el silencio y todos paramos a contemplar ese hermoso espectáculo con lágrimas en los ojos. Imposible expresarlo con palabras, pura presencia seguida de abrazos, de amor, de unidad con todos y con todo.
Y es que eso es al fin y al cabo lo que nos mueve.