La gestión de las emociones en un contexto cultural en el que se nos insta y educa a guiarnos por la mente y el raciocinio y no a la libre expresión de lo que sentimos, es una tarea que se ha de contemplar si queremos vivir una vida más liviana y feliz. La sociedad y cultura nos ha inculcado unas pautas que van en contra de la naturaleza del ser humano, y la herencia judeocristiana ha hecho el resto (ya sabéis, el bien y el mal).
En este clima las emociones tales como la ira, tristeza, rabia, dolor o miedo son demonizadas y etiquetadas como negativas. Y por lo tanto, se han de reprimir y ocultar. Todo esto, para no parecer “loca” o “histérica” en las mujeres y “afeminado” o “llorón” en los hombres.
Curiosamente las mujeres esconden o reprimen su ira bajo la máscara de la tristeza y la depresión que es algo que está más socialmente aceptado en nosotras, y que nos hace vulnerables y necesitadas. En el caso de los hombres, es la ira la que predomina como máscara de la tristeza, la soledad o la falta de comunicación. De igual forma, eso también esta socialmente aceptado ya que estas demostraciones coléricas les hace más “machos”.
Cada emoción responde a un pensamiento. Son signos que nos preparan para enfrentarnos a situaciones o para una revisión de lo que estamos sintiendo y el porqué. ¿Qué pasa cuando reprimimos las emociones por miedo a que nos califiquen de malos, por el que dirá o por sentirnos culpables de lo que sentimos? ¿Qué pasa cuando nos ponemos la máscara de contención y tragamos lo que sentimos? ¿Donde se queda esa emoción?
La respuesta es sencilla. O bien se contiene, se estanca y se enquista dando lugar a problemas de salud; o se desborda sin medida dando lugar a la expresión de esas emociones sin control, dañando a uno mismo y a los que le rodean.
Las emociones están para ser escuchadas, canalizadas, transformadas y utilizadas en nuestro beneficio. Para hacernos conscientes de procesos, hacernos crecer, señalarnos que tal vez ese camino no es el que debemos tomar o para poner en revisión lo que sucede en nuestro interior.
¿Y tú, escuchas la enseñanza y guía que hay detrás de cada emoción? ¿Las abrazas y las dejas ser, sentir y soltar…?
El aferrarnos a ellas e identificarnos con eso nos encierra en un mundo tan pequeñito y autocentrado en nosotros mismos que a veces perdemos perspectiva de lo que nos rodea. Siente, escucha y suelta.
Emociones positivas, felicidad, sentirse parte de un todo y creer en uno mismo nos traerá más felicidad y una nueva mirada. Un nuevo sentir.